Villarrazo Madrid

Silvia Villarrazo

Curiosamente, a pesar de ser una persona muy activa, en este confinamiento me he sentido agobiada por no poder llevar el ritmo al que estoy acostumbrada. Por no saber cómo ayudar a todos aquellos que nos necesitan, con una sensación agridulce: muy triste por la cantidad de muertes y familias que deben de estar hundidas y a la vez agradecida por haber tenido la suerte de que los míos están sanos. Pero con la esperanza que este período de reflexión nos haya enseñado más de lo que realmente imaginamos: el valor que realmente tiene nuestra vida, la cantidad de cosas que hacíamos sin darle la importancia que tiene, en definitiva, ser mejores personas.

Curiosamente he aprendido a meditar con mayor profundidad y la primera imagen que me viene siempre a la mente es mi playa de Maspalomas: su luz, su olor, el sonido que, al amanecer, cuando me asomo por la terraza de mi hotel preferido el Seaside Palm Beach, escucho y esa sensación de paz de conectar con la energía de la isla (energía que se siente nada más pisarla). Esto es lo que más me ha llenado en estos días de pesadilla en Madrid.

Me imagino de vuelta, me visualizo en el spa del hotel, en el jacuzzi de sal, flotando, escuchando mi música relajante y viendo como el viento mueve las hojas de las palmeras que rodea la parte privada del jacuzzi. Esta escena es la que viví la última vez que estuve allí y la que me alimenta cuando estoy baja. Así es como me imagino en poco, muy poco tiempo.

Siempre he valorado mucho la suerte que tengo de tener la conexión a todos los niveles que tengo con la isla. Siempre cuando salgo de paseo hacia el faro, en el trayecto, voy dando las gracias por poder estar ahí en ese instante, Pero ahora mis GRACIAS serán en mayúsculas y lo que realmente habrá cambiado es que lo disfrutaré y lo viviré con si fuera la última vez que estaré allí. Si algo he aprendido en este periodo es que no sabemos cuándo puede ser la próxima vez.

Villarrazo Madrid

Silvia Villarrazo

Curiosamente, a pesar de ser una persona muy activa, en este confinamiento me he sentido agobiada por no poder llevar el ritmo al que estoy acostumbrada. Por no saber cómo ayudar a todos aquellos que nos necesitan, con una sensación agridulce: muy triste por la cantidad de muertes y familias que deben de estar hundidas y a la vez agradecida por haber tenido la suerte de que los míos están sanos. Pero con la esperanza que este período de reflexión nos haya enseñado más de lo que realmente imaginamos: el valor que realmente tiene nuestra vida, la cantidad de cosas que hacíamos sin darle la importancia que tiene, en definitiva, ser mejores personas.

Curiosamente he aprendido a meditar con mayor profundidad y la primera imagen que me viene siempre a la mente es mi playa de Maspalomas: su luz, su olor, el sonido que, al amanecer, cuando me asomo por la terraza de mi hotel preferido el Seaside Palm Beach, escucho y esa sensación de paz de conectar con la energía de la isla (energía que se siente nada más pisarla). Esto es lo que más me ha llenado en estos días de pesadilla en Madrid.

Me imagino de vuelta, me visualizo en el spa del hotel, en el jacuzzi de sal, flotando, escuchando mi música relajante y viendo como el viento mueve las hojas de las palmeras que rodea la parte privada del jacuzzi. Esta escena es la que viví la última vez que estuve allí y la que me alimenta cuando estoy baja. Así es como me imagino en poco, muy poco tiempo.

Siempre he valorado mucho la suerte que tengo de tener la conexión a todos los niveles que tengo con la isla. Siempre cuando salgo de paseo hacia el faro, en el trayecto, voy dando las gracias por poder estar ahí en ese instante, Pero ahora mis GRACIAS serán en mayúsculas y lo que realmente habrá cambiado es que lo disfrutaré y lo viviré con si fuera la última vez que estaré allí. Si algo he aprendido en este periodo es que no sabemos cuándo puede ser la próxima vez.

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