He tenido la suerte de pasar mi confinamiento en Las Longueras rodeada de naturaleza, de sus sonidos, de sus olores, de mi familia… con ese escenario de incertidumbre que a veces nos derrota por el qué pasará, pero que a la larga me ha aportado aire nuevo, ideas nuevas y ganas, muchas ganas de llevarlas a cabo.
Pero si hay algo que me ha faltado y que nada ha sido capaz de sustituir, es la necesidad de abrir la puerta y sonreír a mis clientes, esos que vienen a vernos cada año, echo de menos que me cuenten cosas de sus vidas, sus profesiones, sus expectativas sobre nosotros, la Isla, sus rincones y gastronomía. Contacto humano que se dice, tan necesario para nuestro desarrollo personal y profesional, y que nos llena de esa satisfacción tan difícil de describir.